Caminando por la vida me voy asomando a los diferentes paisajes que se abren ante mis ojos, y acumulando las experiencias estéticas emanadas de todos ellos. De vez en cuando, ese paisaje, esa experiencia, hace que me detenga en el andar, que me abstraiga y los cierre para captar la síntesis de lo bello que hay en él, y paladear todas y cuantas calidades cromáticas me transmite. Así me ocurrió con el paisaje llamado Clara Evangelina cuando, en viaje por tierras de Almería, pude admirar su obra colgada en el hotel de mi alojamiento. Así, al igual que, cuando transito por los caminos envuelto en las sensaciones de la naturaleza, me detuve atraído por el paisaje plasmado sobre un lienzo colgado en la zona noble del hotel porque, Clara Evangelina, pinta paisajes, aunque ella no lo sepa. Nadie le ha enseñado, dice, ella presume de autodidacta, salvo la propia naturaleza que, día a día, ha ido impregnando de color y abstracciones su mente inquieta y comunicativa. Por eso, Clara Evangelina pinta lo que ha visto; lo que ha sentido y siente, es decir, lo que la abstracción del paisaje le manda. En la apreciación de su obra no me hace falta cerrar los ojos y sintetizar el ámbito de ese paisaje, Clara Evangelina me lo sirve manufacturado, con los colores puros y duros reducidos a la expresión mínima y contundente de los cromatismos básicos. No le asusta emplear las calidades concretas puesto que, con la verdad, no hay miedo. Y con Clara Evangelina existe la verdad de la luz, esa luz de Almería que no se puede aprender en ningún sitio sino que se lleva en los genes. De nada sirve la técnica de una academia si no se saber transmitir el arte que se atesora. Son los colores del arco iris, de eso no hay duda, y de las noches sin luna; son el blanco de los yesos, preludio en las bocas de la minas de oro de lo que luego será el negro de la oscuridad total, amansada en parte por la luces de carburo. El contrasentido de la luz extrema con el negro arcano; del patio andaluz preñado de flores multicolores en primavera con los ocres del desierto; la refracción de una gota de sudor de mar ante el ataque del foco solar, o sobre la paleta cromática de un invernadero recién regado. Me atreví a mirar el sol de frente, el sol de Almería, y en mi retina quedó el rojo potente de SOCIAS.
Angel Tomey. Historiador de Arte